LA HISTORIA DE SARA

LA HISTORIA DE SARA

Cómo una mujer de noventa años quedó embarazada y empezó a hablar

El que está sentado en los cielos se reirá (Salmo 2:4)

BUSCANDO LA SALIDA CAYERON EN LA TRAMPA

Más viejo que la suciedad. Esa es Sara. Su piel cuelga como tela de saco, arrugada y áspera. Sin embargo, el suyo es un rostro que aún hace lucir a los hombres, tan hermoso que alguna vez cautivó a los reyes.

�¡Podrías pensar que es una tonta por sus risas sin parar! Su cuerpo tiembla al mismo tiempo que desata una carcajada, pero ella no es tonta, solo una mujer que no puede dejar de maravillarse de lo que Dios ha hecho. Aunque su marido tiene más de cien años y ella no se queda atrás, está embarazada de su hijo. ¿Quién no lo encontraría divertido? ¡Dos palos viejos encendiendo un fuego! ¿Sería por eso que reía de manera tan estrepitosa?

Pero luego llega: otro dolor agudo que sube como culebra por su pierna. ¡Ay! El peso adicional es difícil de soportar y las articulaciones flojas hacen que se pregunte si se caerá. Aunque el bebé está tan maduro que apenas puede doblarse, nunca se queja. ¿Cómo podría ella si Dios Todopoderoso ha respondido a sus oraciones? Su edad no es un impedimento para disfrutar el momento de ver la mano de Dios cumpliendo sus promesas.

Sara se ríe de nuevo, esta vez porque su bebé patea, es como un conejito cuyos pies golpean suavemente contra su vientre. “No pasará mucho tiempo antes de que lo tenga en mis brazos”, piensa, su mente imagina esas multitudes que vendrán por ese hijo prometido del cielo. ¿Cómo será tender un hijo en mis brazos se pregunta? ¿Cuál es el nombre correcto para la evidencia de la gracia de Dios a mi vida?

Pero, ¿cómo sabe ella que será un hijo?

Sentada en un rincón tranquilo de su tienda, Sara reposa recordando todas las cosas hirientes que alguna vez se susurraron a sus espaldas. Recuerda la amargura que sentía cada vez que escuchaba a las mujeres murmurar por esa “maldición de ser estéril”, ¿porque Dios no la había bendecido con hijos? Seguramente, dirían, Sara debe haber hecho algo extremadamente malo para que Dios haya cerrado su matriz.

Su doncella egipcia, Agar, era siempre la primera en tirar una piedra. Ella afirmó que Dios había maldecido a Sara porque ella le había sido infiel a Abraham cuando los dos habían viajado a Egipto. Pero lo que Agar no reveló fue que Abraham le había pedido a Sara que mintiera para salvar su pellejo. La pareja había huido de los desiertos secos del Negev hacia la exuberante tierra de Egipto. ¿Dónde mejor para escapar de una hambruna que en ese lugar de rica abundancia creada por las frecuentes inundaciones del río Nilo?

En Egipto había abundancia de pepinos, melones, ajos y pescado fresco para comer. Pero también había que pagar un precio. Siempre lo hubo, eso solo su esposo y ella lo sabían, tomar aquella aventura era lo mejor que podían hacer, un destino poderoso estaría estar en riesgo de perderse por la falta de coraje, así que ambos eligen salir a un lugar que no conocían, con temor, incertidumbre, estarían defendiendo el futuro que Dios les había prometido.

Temiendo lo que se avecinaba, Abraham instó a Sara a que les dijera a los egipcios que ella era su hermana para que no decidieran asesinarlo para tenerla. Y entonces ella recitó la mentira, pero no del todo, porque Abraham era su medio hermano. ¡Parece ironía! Sara era casi de ochenta años y su aspecto era tan hermoso que Abraham tuvo miedo de que alguien lo matara para quedarse con ella.

¡Qué abuso de este viejito de esposo! Como Abraham había temido, la noticia de su belleza se difundió rápidamente hasta que Faraón declaró que debía tenerla como propia. Después de obsequiar al “hermano” de Sara con regalos de ovejas, vacas, burros, camellos, sirvientes y siervas, de los cuales Agar era una, el despistado Faraón agregó a Sara a su harén.

Antes de visitar la alcoba del faraón, Sara tuvo que vestirse espléndida, para transformarse en una belleza egipcia. ¡Afortunadamente, eso tomó tiempo! Untada con perfume hecho de aceites preciosos y un ramo de flores fragantes, su rostro estaba pintado de blanco, sus líneas de preocupación borradas con un ungüento de semillas de ciprés, incienso, cera y leche. Su cabello oscuro y rizado estaba cubierto con una peluca de lana negra cuyas trenzas caían directamente sobre sus hombros. Llevaba pulseras, anillos y un gran collar de oro. ¡Cuanta belleza!

Mirándose a sí misma en un espejo de bronce bruñido, Sara se preguntó acerca de la mujer que le devolvía la mirada con tanta tristeza en los ojos. Le había salvado la vida a su marido, pero ¿qué sería de ella? ¿Regresaría Abraham a casa sin ella? ¿Cómo podría soportar separarse de él, viviendo su vida como cautiva en el harén del faraón? ¿Realmente estaba Dios en ese asunto? ¿Podría Dios intervenir en un asunto que para ella sería MUY vergonzoso?

Con amor… Equipo de #MujeresProfeticas

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